Hola viajero interior, te saludo desde mi ser íntimo. Quiero decirte algunas cosas en medio de tu viaje, cosas agradables y otras no tanto, pero por sobre todo no quiero que sientas que te hablo desde una posición elevada desde donde observo moverse a las personas a través de su existir, y opino qué está bien y que está mal. Yo como tú, transito mi evolución. En qué punto estoy yo respecto a ti, no es bueno que lo sepas, porque generalmente tu ego tenderá a comparar, y déjame decirte algo: aquel que está en lo más bajo de la escala puede llegarte a enseñar tanto o más que aquel que ya se ha convertido en maestro.
Yo no vine con la misión de enseñar en esta vida, sino de aprender. Hay muchas cosas que aún debo trascender, y otros que, más por la Gracia Divina que por mérito de esta encarnación que soy, han logrado superarse. Yo quiero darte mi alimento, si es posible contarte las pocas cosas que me ayudaron y me ayudan a seguir pase lo que pase.
Soy guiado por un maestro espiritual. Muchos se han acercado y muchos se han ido. Han tomado lo que necesitaban un tiempo y luego partieron como debe ser. Mi corazón está con cada uno de mis compañeros de sendero. Pero te hablo a ti, que quizá no cuentas con la dicha de tener a alguien que te guíe, y que aún así buscas sinceramente la Verdad por sobre todas las cosas. A ti que quieres todo ya, y no sabes cómo, y que siempre me preguntarás: "cómo se logra esto de que me hablas?". A ti te daré estas pistas, y como dijo mi Jesús de Nazareth: "Si tienes oídos para oír, oye.
No importa cuántos libros leas, cuántas prácticas, mantras, rosarios, oraciones, penitencias, posturas y ejercicios yóguicos realices. Lo que más rápidamente te transporta hacia La Verdad es la compañía de auténticos hombres santos que viven para Dios.
Si ya has encontrado a un ser así, no trates de entenderlo: acepta lo que te dice, pues la comprensión vendrá luego por añadidura.
Nunca creas que ya has llegado a un sitio seguro de tu evolución, y te veas por encima de tus hermanos que deambulan en la obscuridad. Recuerda que todo lo bueno que tienes se te ha dado por el Supremo Amor, y te puede ser quitado sin aviso, para que te vuelvas más humilde y reflexivo.
No culpes a Dios por tus miserias y dolores, ni cuestiones su existencia por ser infeliz. Pídele desde el corazón que te ayude a encontrarte.
No trates de averiguar mediante adivinos o futurólogos como será el mañana. Constrúyelo tu mismo confiando más en las virtudes con que "viniste de fábrica" por sobre los defectos que se te pegaron por ignorancia o necedad.
No pidas tener más belleza, o ser más amado, o reconocido, o tener casa y dinero seguros. Tampoco pidas que se realice tu amor imposible. Pide más bien porque el Amor brote en ti y la Luz irradie tu ser, porque tu mente se vuelva la sierva de tu espíritu, y que nazcas a la libertad y la conciencia.
Cuando la tribulación te haga zozobrar, reflexiona profundamente, y pregúntate con sinceridad: ¿ he hecho algo que me haya provocado estos males? ¿he descuidado mi existir en alguna forma para que me sobrevenga este dolor?. Si aún luego de tus respuestas crees haber hecho todo lo correcto, y aún así la vida te golpea, ten por seguro que no es un castigo lo que te sucede: hay algo que no has comprendido y debes lograrlo a veces por el sendero más duro. Observa: la hormiga que quiere comer la rosa, debe atravesar primero un tallo lleno de espinas.
Cuando tropieces no te digas: no sirvo para nada, me lo merezco, soy un inútil. Aquel que se cree el peor es tan egótico como quien cree ser el mejor. No trates de ser el mejor de los hombres, pero sí esfuérzate en ser un buen hombre.
Tus compañías son lo más importante en el despegue hacia el mundo espiritual.
Busca lo permanente en ti. Desecha lo transitorio. Lo que te da placer por un momento puede ser la causa de tu ruina de esta vida. Lo que te hace estar en reposo es un portal abierto hacia la paz verdadera.
Busca a Dios como se te ocurra: en la iglesia o los templos, en las figuras sagradas, en los santos, en la oración, en la música, en el silencio, en las personas, en el desierto, en el cielo o en la Tierra, pero jamás, ni por un sólo instante, dejes de buscarlo.
No te engañes creyendo que las cosas son como tu mente te las muestra. La mente es el más hábil de los ladrones, y es capaz de robarte la paz. Pero recuerda: si haces que la habilidad del ladrón con sus manos sea transformada en tu favor, puedes llegar a contar con el genio más calificado. La mente es tu instrumento, sé inteligente.
Hablando de inteligencia: no creas que es inteligente aquel que sabe muchas cosas o que planea cosas que luego se le cumplen. Ese es astuto. Inteligente es aquel que se vuelve cada día más sencillo, que evita todo mal y ama sin esperar cosas a cambio. Tal ha convertido su mente en las manos del alma.
Si tu enemigo te ofende, ora por él, pero no para que sea castigado, sino para que deje penetrar un poco de luz en su obscurecido corazón, y que abandone su posición de enemigo.
Si te quejas mucho, pregúntate: ¿qué he hecho para estar bien hoy? ¿cuánto tiempo dedico del día para descubrir quién soy y para saber por qué estoy aquí?
El mayor flagelo de esta era del mundo se llama engaño. Todo lo que esconde a la Verdad de tu conciencia es engaño. Todo lo que te aleja de Dios es engaño, sea lo que sea. No seas necio juzgando equivocado a tu hermano que cree en Dios de otra forma: ruega porque al final del camino tú y él hayan encontrado La Verdad única.
Has escuchado la palabra "karma". Cuando realizas una acción ( e inevitablemente siempre estás realizando una, porque hasta hacer nada es hacer) busca realizar la acción correcta. Si haces malas acciones, no sólo tú te acarreas obscuridad para tu vida, sino para quienes te rodean y las generaciones siguientes. Cuando no eres prudente, traes karmas negativos que te afectarán toda tu vida. Encomiéndate a Dios, y procura realizar la voluntad suprema, que está libre de apegos y deseos que nublen tu buen juicio.
Por último, un ejercicio: Cada amanecer y cada atardecer refúgiate en tu cuarto, y en soledad párate con tu cabeza gacha y el cuerpo relajado y recita con tu corazón lo siguiente: "Oh Señor Supremo déjame ser un instrumento de tu Amor"
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