La voluntad humana, por su parte, no siendo más sostenida por la FUERZA del Alto, quedó sumamente debilitada, rebelde e inclinada al mal (“la carne es débil, pero el espíritu es fuerte”- “el mal que no quiero, lo hago…”), y desenfocado del servicio divino (cf Mt 26:41): “Entre las dolencias sensibles que con el pecado original contrajo nuestra voluntad están: El amor desordenado de nosotros mismos, del que nacen los cuidados vanos; los temores, las envidias, los pleitos, riñas, contiendas, desavenencias, asechanzas, guerras, y vanos temores:
la dificultad en abrazar lo bueno, y apartarnos de lo malo: la inconstancia con que nos hacemos a nosotros mismos una guerra intestina, ya queriendo uno, ya otro: la debilidad del libre albedrío para seguir lo bueno” (“Compendio Moral Salmaticense”, Marcos de Santa Teresa, 1805).
A raíz de este aflojamiento, el ser humano, destituido de su dirección hacia el bien, y sometido a pasiones que se rebelen contra el mandato de la razón, en vez de colaborar gustosamente con el plan amoroso de Dios pretende ahora, en su orgullosa autosuficiencia, alzarse contra Dios tal como el DIABLO, el “príncipe de este mundo” le insinúa, independizarse de Dios, y decidir por sí mismo lo que es bueno o malo; en una palabra SER MAS Y DISTINTO de lo que Dios lo ha hecho. Nos cuesta ahora dominarnos y frenar las apetencias de comida, sexo, comodidad, etc; renegamos de emprender aquellas obras que suponen esfuerzo, y no consigamos nuestras ilusiones buenas por falta de ánimos para empezar, seguir o afrontar las dificultades; una herida de la voluntad que repercute en la libertad humana. De ahí que no se decida por Dios en un solo acto, por una única opción, sino con trabajo a lo largo de toda su vida. Preocupado por esa inclinación al mal exclamaba San Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7,24).
Pbr. Antonio Lootens Impens
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