Aunque sientas el cansancio; aunque el triunfo te abandone; aunque un error te lastime; aunque un negocio se quiebre; aunque una traición te hiera; aunque una ilusión se apague; aunque el dolor queme los ojos; aunque ignoren tus esfuerzos; aunque la ingratitud sea la paga; aunque la incomprensión corte tu risa; aunque todo parezca nada; ¡VUELVE A EMPEZAR!

El Amor No Espera



Había una vez un viejecito que estaba enfermo y cansado. Tenía cuatro hijos, y de ninguno de ellos recibía la mínima atención.

Vivía en una gran pobreza. A penas conseguía sobrevivir. En su pequeñísima granja deambulaban unas cuántas gallinas flacas, que existían casi de milagro, y al menos, no dejaban de poner un par de huevos diariamente. El resto de la dieta que lo el viejecito consumía, eran unas cuantas frutas silvestres que cada día le costaba mucho esfuerzo recoger.

Un día, buscando entre sus escasas pertenencias, encontró dos monedas de plata y se le ocurrió una genial idea. En el pueblo las intercambió con un mercader de artículos antiguos quien le dio un viejo baúl.

Como pudo, se las arregló y lo trasladó a su casa. Una vez en ella, lo dejó a la vista en el centro de su humilde cabaña. Por casualidad uno de sus hijos lo visitó y intrigado le preguntó: "¿Qué guardas aquí?" - "Un secreto" -, le contestó, "que sólo conocerás tú y los tus hermanos el día en qué me muera, porque aquí está toda mi herencia". El día siguiente lo enterró bajo de su cama.
Cual fue su sorpresa que a partir de entonces, un hijo por lo menos lo visitaba durante el día. Le traían leche y miel, y entre los cuatro hijos le mantenían su cabaña lo suficiente limpia.

Un día al viejo se le paró el tiempo muriendo en su granja. Inmediatamente los hijos se dieron cita, no tanto para velarlo, desde luego, sino para ver a cuánto subía su herencia.

Y cual fue su sorpresa que una vez desenterrado y abierto el cofre, lo único que encontraron fue uno trozo de papel que decía de propia mano, un poco torcida y temblorosa: "Hijos míos: el auténtico amor no espera, se entrega generosamente sin esperar recompensa. Mi única herencia es que aprendáis a querer; hubiera deseado dejaros más, pero mi único legado es daros las gracias por lo que me habéis dado en vida."

Los cuatro hermanos al fin comprendieron que un buen padre puede dar la vida por sus hijos, pero algunos no entregan nada en vida a sus padres. En profunda reflexión y con lágrimas a los ojos, le dieron finalmente una digna sepultura, y uno de ellos, cuando echó el último puñado de tierra, lo despidió diciendo:

"TE PROMETO AMAR SIN ESPERAR, AMEN".

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