Aunque sientas el cansancio; aunque el triunfo te abandone; aunque un error te lastime; aunque un negocio se quiebre; aunque una traición te hiera; aunque una ilusión se apague; aunque el dolor queme los ojos; aunque ignoren tus esfuerzos; aunque la ingratitud sea la paga; aunque la incomprensión corte tu risa; aunque todo parezca nada; ¡VUELVE A EMPEZAR!

La otra cara

El Señor Bill era un viejo profesor de matemática, trabajador competente y amigo. Recibió casi como “bandeja de plata” un colegio en quiebra. El antiguo propietario se cansó de intentar viabilizarlo con una propuesta innovadora, pero al poco tiempo no dio resultado

Fui invitado a enseñar en este colegio y me senti profundamente honrado en poder trabajar con el Señor Bill. La invitación en si, financieramente, no era muy estimulante. Un turno de química en el tercer año colegial. Turno de la noche. Pero, la experiencia con el Señor Bill, aunque muy corta, pagaba todo. Era extremadamente gratificante.


Yo tenía dos aulas por semana, y en general la última de la noche. Pero llegaba, cuando fuese posible, más temprano. Quería conversar con el maestro amado. Esta conversación era todo, me dejaba ligero y feliz. A pesar que era casi siempre sobre el mismo tema


Decía el maestro que enseñaba por puro placer, que no necesitaba de aquel sacrificio pues era un hombre rico. Muy rico, a pesar de toda la apariencia en decir lo contrario. El poseía varias haciendas en un estado distante del Mato Grosso. Millares de cabeza de ganado. Era lo suficiente para que mi sonrisa apareciese. Yo no podía creer en una única de aquellas palabras y mi sonrisa revelaba mi incredulidad.


La sonrisa no incomodaba al viejo y sabio maestro que continuaba narrando su inmensa riqueza y su dedicación a la enseñanza por puro placer. Sólo, en un momento u otro, comentaba que yo era muy tonto. Reía de todo. Sin embargo, él no lo decía, pero yo sabia que era de esta sonrisa tonta lo que a él más le gustaba de nuestro encuentro. Y tomé más historias de las mil riquezas.


Por increíble que parezca, él terminó creyendo toda la historia. Y por una de esas magias que nadie explica – hoy de hecho – el Señor Bill es un rico propietario de tierras en el estado del Mato Grosso del Sur.


Entraba yo, aún sonriendo, en el aula. Casi siempre así. Y hacía de todo para mantenerme en ese espíritu alegre. Quería que mi aula fuese un momento placentero para todos. Deseo de difícil realización. Más allá de ser la última clase, todos los alumnos ya venían de dos turnos de trabajo.


Terminado el año escolar me encontré en el bar del Señor Ferreira – hoy ya fallecido y el bar mudado – con una ex alumna que nunca reía. Ella estaba acompañada de una bella mujer, con todo que ella no lo era. Por pura gentileza fui saludarla y ella, a cambio, me invitó a sentarme. Acepté sólo por breve tiempo, no quería interrumpir la intimidad de nadie. Sin embargo, esta brevedad fue suficiente para que yo le contase un poco de las dificultades que tenía en la vida. Y en este contar ocurrió una revelación.


La tal alumna que no reía – a pesar de ser hermana del Señor Bill, el jardinero de la risa – confesó que me odiaba. Odiaba la presencia constante de mi sonrisa. Pues yo me presentaba como lo opuesto a su estado. Sin embargo, al saber que yo también tenía muchos problemas, que no era un vencedor en todas las batallas – ganaba unas, perdía otras – perdonó todas mis sonrisas y se dijo mi amiga desde ese día y en adelante, para siempre.

Hiran, Campina Grande, Brasil

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