Aunque sientas el cansancio; aunque el triunfo te abandone; aunque un error te lastime; aunque un negocio se quiebre; aunque una traición te hiera; aunque una ilusión se apague; aunque el dolor queme los ojos; aunque ignoren tus esfuerzos; aunque la ingratitud sea la paga; aunque la incomprensión corte tu risa; aunque todo parezca nada; ¡VUELVE A EMPEZAR!

II. LA PERTURBACIÓN DE LA ARMONÍA INTERIOR DEL HOMBRE



El pecado original perturbó también profundamente la armonía interior del hombre, en cuanto acabó con la unidad del ser humano hacia el fin último que es Dios, y su natural inclinación al bien y a la virtud, causando la disgregación de su ser en múltiples fuerzas interiores que se contraponen unas con otras (las concupiscencias o codicias del cual habla San Juan en su primera carta, 2,16).
A consecuencia de lo cual "la razón pierde agudeza, principalmente en el orden práctico; la voluntad se resiste a obrar el bien, dificultad que se hace cada vez mayor, y la sensualidad se inflama cada vez más” (Summa Theologica, I-II, p.85, a.3, c.): heridas graves que, sin embargo, no corrompieron del todo la naturaleza humana (como pretendía Martín Lutero). El hombre, si bien debilitado, aun puede conocer, seguir y amar a Dios, pero ahora merced a los dones y fuerzas del Alto, fruto de los siete sacramentos y las virtudes teologales.ERIDAS)

III. EL FIN DE LA PACÍFICA CONVIVENCIA ENTRE LOS HOMBRE
También la “comunión de amor” (JP II, Novo Milennio ineunte) y la pacifica convivencia entre los hombres (Cf Gn 4: la matanza de Abel a manos de Caín) fueron lacerados por efecto combinado del cese del flujo de la corriente divina entre Dios y el hombre, la ruptura de la armonía al interior de éste, y el dominio que adquirió sobre el hombre “el seductor pérfido y taimado; el cual, influyendo sobre la imaginación y facultades superiores del hombre para situarlos en dirección contraria a la ley de Dios” (JP II), sabe insinuarse en nosotros por los sentidos, la
imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica, las relaciones sociales desordenadas, para introducir en nuestros actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen corresponder a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras aspiraciones profundas” (Pablo VI).

Habiendo dejado de buscar el bien en sí, el hombre busca ahora el bien 'para mi'. Esta inversión en la tendencia original produce el egoísmo que, a su vez, llevado a dimensiones sociales, causa las injusticias. Ese bien 'para mi' no puede ser compartido por 'el otro', surgiendo la lucha entre el 'yo' y el 'tú'. De esta dinámica surgen muchas formas de antagonismos, entre los cuales figura aquel "mal social" (JP II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentiae, n. 16.) llamado la lucha de clases: “Sólo una intensa vida teologal -la frecuencia de sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía- permitirá sanar esta herida social" (Carlo Cafarra).

PBR. Antonio Lootens Impens

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