“Deseando llenar las sedes que quedaron vacías por la caída de los ángeles, Dios creó a Adán y a su esposa Eva, con cuya descendencia quería reparar las ruinas vacías del cielo” (san Ildefonso, arzobispo de Toledo, 667), y rehacerse de la amargura que le causó aquella rebeldía angélica, que fue el primer desorden, la primera y la mayor desilusión que Dios tuvo que tragarse por parte de sus criaturas; la raíz de todos los pecados, de todos los males, desórdenes y desgracias que habían de venir sobre la creación, y en particular sobre el pobre linaje humano.
Y Creo Dios, en efecto, al hombre, no por necesidad de amor, sino por exceso de Amor; no para establecer su Gloria interior, sino para restablecer su Gloria exterior, y hacernos partícipes de ella. Y lo creó en un derroche de amor tan maravilloso y esplendoroso que le dio la posibilidad -teniendo por participación lo que Él tiene por naturaleza- de saborearlo con la sabiduría con que Él mismo se contempla, de expresarle con su misma palabra, y de amarle con el fuego letificante del mismo Espíritu Santo; en una palabra: de poseerle con el gozo que Dios mismo se goza en sí, en intimidad de familia y comunicación de hogar, en la dicha trascendente y gloriosa de su festín eterno.
PBR. Antonio Lootens Impens
No hay comentarios:
Publicar un comentario